El sorprendente poder de la oración

 Buenos días amigos, ¿Cómo va todo?,

    Hace ya unos meses que no escribo acerca de la fe y esque se me ha hecho un poco difícil últimamente. Desde que volví del retiro de Semana Santa me está costando un poco más de lo normal, debido a diversos factores personales y qué, viviendo estas realidades es necesario tener una fe muy fuerte para ver la mano de Dios en todo ello. Por supuesto que tengo claro que la gran mayoría de los problemas que ocurren aquí son debidos a la avaricia y la codicia del ser humano, pero eso no quita que muchas veces clame al cielo diciendo: Señor... ¿Por qué ellos? ¿Por qué se le juntan a esta persona todos los males?. Efectivamente, la respuesta que siempre resuena en mi corazón suele ser: "Miguel, para eso estas tu aquí". Sin embargo, me encuentro gente y pueblos sumidos en tantas desgracias que me puede llegar a dar la impresión de que Dios se ha olvidado de ellos (aunque no sea así).

    La situación no me resulta demasiado preocupante. En la fe, al igual que en el amor, hay momentos en los que cuesta más sentir, pero es por ello, que hay que aferrarse a todo lo vivido y a la razón que me lleva a creer en un Dios real y presente que tanto me ha acompañado en el camino de la vida (¡Basta con analizar mi historia vital hasta donde estoy ahora!). 

    El pueblo elegido por Dios, el pueblo judio, vago 40 años por el desierto, los grandes santos también han tenido momentos de sentirse más frios en la fe e incluso Jesús, estuvo cuarenta días en el desierto alejado y luchando contra las tentaciones más humanas. 

    Creo que el desierto es también un periodo de maduración de la fe muy bonito (aunque duro) donde uno puede salir muy fortalecido. Es como una purificación de la fe, donde uno se acerca al misterio y quita esas capas más superficiales para intentar amar y abrazar este regalo que hemos recibido y que ayuda a sostenernos en la vida.

    Ayer en la Lectio, les comentaba a las chicas cuando me decían que no entendían todas las palabras de Jesús, que no era necesario hacerlo. A los propios discípulos también les costaba hacerlo (¡Después de vivir tres años con Jesús!). Si entendiéramos todo, comprendiéramos todo y no tuviéramos ninguna duda, no sería fe. Sería una realidad o unos hechos objetivos, pero la fe implica saltar un poco al vacio y confiar. En cierta parte, es un ejercicio de confianza y valentía. Por eso, afirmaba al principio que se pueden sacar muchas cosas positivas de este "desierto"

    Una de las cosas que más me ha sorprendido son los pequeños regalos que Dios me va haciendo en este camino. La hermana Lisbeth me decía que si Dios me ha puesto aquí es por algo y que de ello también podía aprender. En todo desierto hay algún pequeño oasis y esos son los que hay que aprender a ir descubriendo. Concretamente Jesús me ha regalado un par y ambos ligados con el sorprendente poder de la oración, que ha servido de inspiración para el título del post.

    El otro día valoraba con Eli la oportunidad de la oración, de poder rezar unos por otros. ¿Qué mayor regalo se puede hacer que poner a una persona en manos de Dios? De acordarte de ella, tenerla presente... Y poder llevarla delante de lo que consideramos más importante. Es una auténtica obra de caridad y más... ¡Si rezamos por gente que nos ha herido o nos ha hecho daño!

    Termino el post, agradeciendo, (Ya sabéis que el peregrino agradece jeje ;) todas las oraciones que habéis hecho por mí. Se notan y se valoran. Sobre todo en los momentos de cansancio, de dificultad, de desánimo... Suponen como una barrita energética en la montaña, que a uno le recarga las pilas y le permite continuar adelante. Regalitos de pertenecer a esta gran familia!

   Y eso es todo por hoy... Para que veáis la de cosas positivas que puede tener un desierto. Un abrazo muy fuerte desde tierras catrachas :).

Miguel

"En tiempos de tribulaciones... No hacer mudanza"





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