Una última reflexión antes del despegue.
Miro por última vez el paisaje de San Pedro desde la ventanilla del avión. No puedo evitar las lágrimas que descienden sobre mi cara. Mi piel también se me eriza y me siento como un niño pequeño que despide a su mamá creyendo que no la volverá a ver nunca más. La montaña rusa emocional que he vivido los últimos días tenía que explotar en cualquier momento. Pienso en todos lo momentos que he vivido, en todos los aprendizajes, en la madurez que me ha proporcionado, en las emociones que he compartido... pero sobre todo pienso en todas las personas que he conocido en el camino. Han sido muchos rostros los que han ido acariciando mi mente, mi alma y mi corazón. ¿Quién me hubiera dicho, ese pasado 5 de octubre que aterricé en estas tierras, que me iba a costar tanto despedirlas? Aquí me he dejado lo que tengo y lo que soy para recibirlo por 10 veces más. Cuando aterricé, venía a lo desconocido, a descubrir a los otros. Pero en estos meses me he dado cuenta de que es en los otros, cuando me d